Un
estudio continuado demuestra que el olor corporal de las aves
autóctonas de Nueva Zelanda es tan acre que delata la presencia
de los pájaros a los depredadores.
Su olor puede abocar a algunas especies a la extinción a menos
que los conservacionistas adopten algunas medidas poco ortodoxas,
como echar desodorante en los nidos de las aves, según el biólogo
Jim Briskie de la Universidad de Canterbury en Christchurch
(Nueva Zelanda).
El aroma de muchos pájaros procede de una glándula que produce
ceras esenciales para mantener la salud de las plumas.
En Europa y América, el cuerpo de los pájaros altera esta cera
de mantenimiento durante la temporada de cría cambiando su composición
para reducir los olores y que los nidos de las aves resulten
menos detectables.
En un experimento reciente en Nueva Zelanda, Briskie comparó
las ceras de seis especies autóctonas, como los petirrojos y
los acantizidos, con las ceras de especies invasoras como los
tordos y los gorriones, que habían evolucionado en Europa hasta
los años 70 del siglo XIX.
«Los
pájaros europeos en Nueva Zelanda cambiaron sus ceras protectoras
para desprender menos olor en la temporada de cría —dice Jim—pero
las aves endémicas no, y siguieron desprendiendo más olor durante
todo el año».
Por
ejemplo los kiwis —aves no voladoras autóctonas del tamaño de
un pollo— huelen a amoníaco y los kakapos, que tampoco pueden
volar, huelen como un maletín de violín mohoso, según Briskie.
Otras especies de Nueva Zelanda parecen tener igualmente aromas
distintivos, afirma Briskie, a diferencia de la mayoría de las
aves de otros continentes.
«Sabemos
que a los perros con bozal les resulta fácil encontrar kakapos
y kiwis por su olor, así que sospecho que los depredadores como
las ratas o los gatos asilvestrados también deben ser capaces
de encontrar fácilmente a las aves autóctonas», dice Briskie.
Los
depredadores extraños siguen el olor
Briskie sospecha que quizá las aves de Nueva Zelanda huelan
tanto en gran medida porque se fueron de rositas durante muchos
siglos.
Cuando Nueva Zelanda se separó de Australia hace unos 80 millones
de años, ningún mamífero depredador se subió al carro, así que
las aves autóctonas nunca tuvieron que evolucionar para enmascarar
su aroma con el fin de sobrevivir.
Pero en cierto momento los humanos cambiaron la situación. Los
maorís introdujeron la rata y, más tarde, los europeos trajeron
al gato doméstico y al armiño (un tipo de mustélido) que se
hicieron fácilmente con el aroma de los pájaros.
En parte, el resultado es que unas 43 aves autóctonas ya se
han extinguido, afirma Briskie. Otras 73 especies endémicas,
muchas de las cuales no saben volar, figuran en las listas de
animales amenazados de la Unión Internacional para la Conservación
de la Naturaleza.
¿Desodorante
para enmascarar a las aves olorosas?
Una solución podría ser echar desodorante a las aves olorosas,
dice Briskie. (Vea estas fotos de pájaros.)
«Si
demostramos que esto es un problema, podríamos idear algún tipo
de absorbeolores o desodorante que poner en el nido para atrapar
parte de los olores y protegerlas más eficazmente», dice Briskie.
Pero hay un lado negativo potencial: puede que el hedor de los
pájaros sirva a otros propósitos.
Como explica Briskie, el desodorante para aves «sólo sería útil
mientras sepamos que no interfiere con la forma en que dichos
olores podrían usarse para la comunicación entre parejas o con
las crías».
Además,
el olor corporal de los pájaros también podría usarse para devolver
la pelota a los depredadores.
«Podría
ser otra forma de crear mejores trampas para roedores con las
que cazar a las ratas o a los armiños (invasivos)», afirma Briskie.
«Quizá
en lugar de los controvertidos venenos, podríamos inventar cebos
de larga duración usando esencia de kiwi o kakapo que atraiga
a los depredadores a una trampa.»